sábado, 20 de octubre de 2007

Atentado contra el patrimonio histórico universal

Nos hacemos eco hoy de una mala noticia para el patrimonio. Un incidente acaecido en la "ciudad eterna", Roma. Lamentable y condenable que se utilice una obra artística que es patrimonio de la humanidad para realizar reivindicaciones de dudosa lógica y fuera de toda racionalidad.


La Fontana de Trevi deja de manar después de que unos desconocidos tiñeran de rojo el agua

Unos desconocidos arrojaron en la Fontana de Trevi, de Roma, un líquido que ha teñido sus aguas de un intenso rojo, ante el asombro de los cientos de turistas que allí se encontraban y en un acto de protesta hacia la II 'Festa' del Cine, que se celebra en la capital.

Según testigos, un desconocido se acercó hacía la Fontana de Trevi y arrojó en la misma una bolsa con un líquido rojo, que inmediatamente se extendió por todo el agua, dando un desconocido color a uno de los monumentos más apreciados y visitados de Roma, pues el agua circula en circuito cerrado.

Inmediatamente intervinieron los policías que vigilan continuamente la Fontana, pero no pudieron identificar al agresor.

El acto vandálico, que puede poner en peligro el bello conjunto escultórico de mármol que Bernini ubicó en la plaza, ha sido reivindicado por el desconocido grupo 'FTM Acción Futurista 2007'. Este grupo dejó abandonada en la fuente una caja con folletos en los que atacan la 'Festa' del Cine de Roma.

"Vosotros sobre la alfombra roja, nosotros en una ciudad entera color rojo bermellón. Comienza así, para nosotros futuristas, un nuevo milenio, una nueva adhesión a las evoluciones técnicas y a los nuevos medios expresivos, interpretando una renovación total", se recoge entre la treintena de líneas que figura en cada pasquín.

La Fontana de Trevi, un monumento barroco proyectado y construido por Nicola Salvi y finalizado por Giuseppe Panini, fue inaugurada en 1762 por el papa Clemente XIII. Fue el escenario que sirvió al cineasta italiano Federico Fellini para inmortalizar el baño de la actriz sueca Anita Ekberg en la película 'La dolce vita', bajo la atenta mirada del actor Macello Mastroniani.

De momento, las autoridades han detenido el circuito del agua en un intento de evitar que el movimiento y las pequeñas cascadas que hay en la fuente puedan dañar las esculturas, y a la espera de analizar el colorante usado.


viernes, 5 de octubre de 2007

Con diez cañones por banda...

De esta forma iniciaba el poeta José de Espronceda su “Canción del pirata” para ilustrar a sus contemporáneos sobre las hazañas y virtudes así como las argucias y tropelías de este estilo de vida, que ensalzaba por encima de todas las cosas la ansiada libertad individual que perseguían los románticos del siglo XIX.
Y es que tanto la piratería como las actividades corsarias han servido de inspiración a lo largo de la historia dado que se trataba de una práctica, tan antigua como la navegación misma, en la que una embarcación privada o una estatal amotinada atacaba a otra en aguas internacionales o en lugares no sometidos a la jurisdicción de ningún Estado, perseguían un propósito personal para robar su carga, exigir rescate por los pasajeros, convertirlos en esclavos y muchas veces apoderarse de la nave misma.
Junto con la actividad de los piratas que robaban por su propia cuenta y riesgo movidos por su afán de lucro, cabe mencionar los corsarios, un marino particular contratado que servía en naves privadas con patente de corso para atacar las embarcaciones de un país enemigo. Precisamente esa patente era la principal distinción con la piratería vulgar, esto es, el hecho de que ofreciera ciertas garantías de ser tratado como soldado de otro ejército y no como un simple ladrón y asesino.
No cabe duda que las actividades corsarias y piráticas más famosas por su dimensión literaria y posteriormente cinematográfica fueron las desarrolladas en aguas caribeñas americanas de la mano del célebre Sir Francis Drake, el audaz Henry Morgan o el no menos conocido John Hawkins, entre otros.
Sin embargo no por ello debemos olvidar otras que el tiempo ha relegado a un lugar secundario, pero que histórica y geográficamente nos resultan más próximas mereciendo un espacio en nuestra memoria.
Así el mar Mediterráneo conoció desde el siglo XIV numerosas incursiones de piratas y corsarios turcos y berberiscos que atacaban las naves y costas europeas en medio del conflicto entre el Cristianismo y el Islam que culminó con la conquista cristiana de Granada y la turca de Constantinopla, Chipre y Creta.
La Península Ibérica imbuida en la vorágine de la reconquista cristiana no fue ajena a estas prácticas, y los reinos de la Corona de Aragón sufrieron con mayor virulencia -por su mayor dimensión marítima oriental-, los efectos de dichas embestidas.
Las actividades corsarias de Alicante fueron las más importantes y fructíferas del reino junto con las de Valencia. Su puerto era el que reunía mejores condiciones naturales entre los del reino, y los monarcas castellanos y aragoneses potenciaron su desarrollo con diferentes privilegios y exenciones ya desde tiempos de Alfonso X el Sabio.
Durante el siglo XV, el puerto alicantino experimentó un notable crecimiento, en particular en sus últimos 25 años, gracias al despegue de su agricultura especializada y a su condición de puerto importador y redistribuidor de mercancías por las tierras castellanas del interior.
La fortaleza de Santa Bárbara y las murallas de la localidad no sólo servían como refugio a la población sino también como elemento disuasorio a los atacantes. De esta manera se entiende que corso y comercio fueran actividades que muchas veces caminaran juntas.

Dos de los primeros piratas alicantinos de los que existe constancia son Pere Lenda y Andeuet d’Alacant. Otro corsario que actuó con frecuencia fue Joan Torres, siempre al margen de la legalidad.

En la segunda mitad del s. XV, este corso comenzó una irresistible ascensión y Alicante se convirtió en una importante plaza receptora de presas y en mercado de cautivos musulmanes. La explicación a esta actividad corsaria hay que buscarla en el despegue económico y en el dinamismo que experimentó la ciudad en esta centuria, visible en la actividad agraria, mercantil y marítima.

El corsario más activo en estos años fue Nicolau Bonmatí, documentado ya en 1396, que logró obtener un botín de musulmanes y ropas, valorado en varios miles de sueldos.El resto eran corsarios de la propia gobernación de Orihuela, el oriolano Ramón Fels o Joan Pedrolo de la localidad de Albatera.



Para los corsarios, los cautivos (prisioneros musulmanes) eran la mercancía más valiosa, como lo demuestra el elevado precio alcanzado en la mayoría de ocasiones. De esta manera Alicante se convirtió, junto con Valencia, en el principal mercado de esclavos del reino y uno de los más destacados del Mediterráneo occidental.

Los corsarios alicantinos más destacados en esta época fueron Joan de Bordils, Bertomeu Segarra, Pere de la Torre, Errando Gil, Antón d’Anton, Jaume y Joan Segarra.
Inexplicablemente, a mediados del siglo XV la actividad de los corsarios alicantinos experimentó un notable descenso, o al menos no desembarcaron sus presas en Alicante, si hemos de hacer caso a la documentación oficial de la bailía de Orihuela-Alicante. Otro hecho incuestionable fue la presencia masiva de castellanos y portugueses en el puerto de Alicante a partir de estas fechas, coincidiendo con las empresas descubridoras de los navegantes de los países ibéricos atlánticos (Portugal y Castilla).
La ciudad se convirtió en plaza receptora de esclavos musulmanes y africanos traídos por aquellos navegantes. Merced a ello puede afirmarse que el corso alicantino no desapareció, pues se constatan bastantes ejemplos de su actuación, pero sí que pasó a un segundo plano frente a otros protagonistas.

Los riesgos que acechaban a los navegantes no sólo estaban en el mar, sino en los propios puertos o embarcaderos, incluso contando con la protección y el salvoconducto de las autoridades reales o locales. A veces podía suceder que el desembarco y venta en Alicante del botín fuera resultado de un acuerdo negociado con las autoridades, circunstancia que pasaba normalmente con extranjeros.
Las paces vigentes por entonces entre los reyes de Aragón y Granada eran también un factor que podría explicar el retroceso sufrido por el corso alicantino. Los abusos cometidos por súbditos aragoneses contra los granadinos hubieron de ser reparados por vía diplomática y restitución de lo robado.
Las sociedades para el corso siguieron funcionando en Alicante en la segunda mitad del Cuatrocientos y es entonces cuando actuaba por las costas valencianas la llamada “galeota d’Alacant”, capitaneada por Jofre Cetina, de la que eran accionistas varios vecinos de Alicante. Los corsarios no dudaban en atacar a sus propios compatriotas, sucediendo así en repetidas ocasiones. Las ventas de presas corsarias en Alicante van siendo cada vez más esporádicas. La audacia de los marinos, corsarios y vecinos de la villa era tal, que no dudaron en cometer sus tropelías en el mismo puerto de Alicante, como hicieron en 1478 cuando fue asaltado y robado el ballenero del duque de Sevilla, cuyo patrón era Ferrando Bonifant.
Posteriormente, la realidad nos dice que, a pesar de ordenanzas, fueros y leyes nadie en la Gobernación de Orihuela parecía hacerles mucho caso y el corso siguió siendo una lucrativa actividad, de manera que el puerto de Alicante a fines del siglo XV experimentó un espectacular crecimiento con relación a cincuenta años antes, convirtiéndose en el segundo del reino.
Especial relevancia poseen las repercusiones socio-económicas que el corso tuvo en
localidades como Denia, Villajoyosa, Alicante u Orihuela, donde sus vecinos se dedicaron a esta actividad obteniendo importantes beneficios, lo que les permitía ascender socialmente.
Así aquellos hombres forjaron una alianza con el mar que además de facilitarles un sustento que les garantizaba su propia supervivencia en el marco de esas actividades al margen de la legalidad, les proporcionaba otro bien que era incluso más valioso que el oro, la plata o los preciados cautivos. Una fortuna intangible, un patrimonio imperecedero y una renta inagotable que aquel pirata inmortalizado en canto por Espronceda recitaba una y otra vez al viento: “Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios la libertad, mi ley la fuerza y el viento, mi única patria, la mar”.