miércoles, 9 de mayo de 2007

El desfile de la victoria

Hoy como cada 9 de mayo desde hace 60 años Rusia celebra el Día de la Victoria en la Gran Guerra Patria, donde se conmemora con la tradicional parada militar en la plaza Roja la derrota total del ejército del III reich alemán.

La historiografía soviética se encargó en los años boyantes de la guerra fría de mitificar al soldado bolchevique como verdadero hacedor de la victoria de las potencias aliadas frente al eje Tokio-Roma-Berlín en la Segunda Guerra Mundial. De hecho durante largas décadas la U.R.S.S. se atribuyó el rol de "liberadora de Europa", obviando al resto de potencias aliadas que también contribuyeron decididamente a la redención del viejo continente.

Muchas fueron las inexactitudes que se fraguaron en aquellos años de férrea dictadura del proletariado. La primera, la fecha de la derrota nazi.
En los últimos días del III Reich, Alemania se encontraba atenazada en dos frentes, el occidental que incluía en su mayoría a tropas estadounidenses e inglesas, y el oriental dominado por el ejército rojo.
Así los aliados desde finales del mes de abril de 1945 avanzaban a lo largo de todo el frente occidental casi sin toparse con la menor resistencia; sin embargo Berlín no sería asaltado desde occidente. No obstante el frente occidental estaba ya perdido para los nazis; con lo que Hitler dispuso la conformación de una línea continua de las tropas alemanas para frenar el avance oriental de los bolcheviques.
Llegados a este punto hay que aclarar que la primera gran capitulación de una gran formación del Ejército alemán fue el 4 de mayo de 1945. El Mariscal Montgomery recibió la capitulación parcial del almirante general Hans Georg von Friedeburg.
La intención de von Friedeburg era posibilitar al mayor número de alemanes, tanto soldados como civiles, la huída hacia Occidente. Se dio entonces la absurda situación de que un comandante suplicó prácticamente al enemigo que lo tomara prisionero para de esa forma escapar del otro enemigo. Monty aceptó la rendición, pero describió más tarde gozosamente cómo hizo esperar largo tiempo al alemán. Al principio a los altos oficiales alemanes ni siquiera se les dio una silla.
La segunda capitulación, en la Landa de Luneburgo, se extendía a todos los soldados que combatían en el norte y el oeste, pero no para toda la Wehrmacht. Esa otra capitulación fue recibida por Eisenhower en Reims. Nuevamente fue von Friedeburg el encargado de las negociaciones. Su oferta: los alemanes seguirían resistiendo en el este, si Occidente estuviera dispuesto a una paz moderada. Pero Eisenhower rechazó la propuesta. Por una parte, el gentleman no quiso violar los acuerdos con los rusos, por otra, una paz separada no sería viable políticamente.
Los norteamericanos tampoco cedieron cuando el gran admiral Karl Dönitz envió después de la muerte de Hitler, al general Alfred Jodl con las mismas intenciones. Con las palabras "¡Eso es todo!", Eisenhower rechazó la oferta de Jodl. El general alemán saludó mudo y aceptó todo.
El lunes 7 de mayo de 1945, Jodl firmó el quizás más importante documento de la II Guerra Mundial. Tras de cinco años y nueve meses, 50 millones de muertos y una guerra cuyas dimensiones habían sido inimaginables hasta entonces, terminaba la gran matanza.
Pero Stalin montó en cólera porque el fin "oficial" de la guerra había tenido lugar bajo la dirección de los norteamericanos. Entre otras cosas, debido a las grandes pérdidas que había sufrido la URSS, insistió en que debía realizarse una nueva, definitiva capitulación, aunque no fuera más que una puesta en escena. Y ésta tendría lugar donde todo había comenzado: en Berlín.
El comandante de Berlín, Helmuth Weidling, había capitulado ya el 2 de mayo. Desde entonces, la Escuela de Ingeniería de la Wehrmacht en Karlshorst era el cuartel general ruso. La nueva capitulación se debía firmar en el casino de oficiales, planeada por Stalin hasta en sus últimos detalles.
Por todo lo expuesto, muchos norteamericanos recuerdan como fin de la guerra el 7 , los alemanes el 8 y los rusos el 9 del mes de mayo. Correcta no es ninguna de esas fechas: la contienda continuó cuatro meses más y le costó la vida a otras decenas de miles de personas, hasta que capituló también Japón, el 2 de septiembre.

Otro de los mitos que la U.R.S.S. alimentó fue el de sus muertos en el transcurso de la contienda. La historiografía marxista de mediados de los años 50 se encargó de falsear los datos oficiales llegando a apuntar unas cifras escandalosas de alrededor de 45 y 50 millones de rusos muertos en la defensa de la patria, buscando glorificar y ensalzar la hazaña del estado soviético. No sería hasta la caída del muro de Berlín en 1989, cuando los archivos se abrirían a occidente para su estudio y consulta; así una vez cotejados los datos la cifra se redujo considerablemente. Es más a finales de los años 90 el propio Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas Rusas publicó un estudio donde establecía el número de fallecidos durante el conflicto: unos 26,6 millones de soviéticos, en su inmensa mayoría civiles. El mismo informe arrojaba luz sobre la mortalidad en las milicias bolcheviques, cifrándolas en torno a los 8,8 millones; otros 2,5 millones correpondían a inválidos de guerra, a los que habría que sumar alrededor de 147.000 militares soviéticos que serían condenados a fusilamiento por diversos delitos, desde robo de comida hasta alta traición; sentencias que fueron ejecutadas en 103.000 casos.

Éstas son sólo algunos de los errores casuales o intencionados que se han gestado en estos más de 60 años. Ahora mismo, mientras escribo estas lineas la Federación Rusa debe estar asistiendo a la parada militar que recuerda la victoria, su victoria.
Sin embargo, el interesado reduccionismo soviético olvidó en su afán por publicitar las bondades revolucionarias, que aquel esfuerzo aliado conjunto supuso la derrota de la irracionalidad, la brutalidad y la sinrazón en aras del equilibrio y entendimiento subyugados. Olvidó entonces obligado por las circunstancias y olvida ahora obnubilada por los fastos y colores de un pasado que desprecia, pero al mismo tiempo añora.


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