El imaginario colectivo erra al pensar que los cambios, revoluciones y tránsitos en los sistemas políticos se producen por profundas convicciones políticas, elaborados programas ideológicos o impactantes soflamas que calan entre las masas populares.
Si echamos la vista atrás y analizamos los más importantes episodios que ha atravesado la humanidad nos damos cuenta de los muchos factores que intervienen, comunes y particulares, pero salta a la vista una circunstancia que se repite insistentemente y es la que determina y define el cambio. El hambre o la falta de pan es una de las razones que mueve montañas en las sociedades tanto modernas como antiguas, al constituir la necesidad básica para el sustento de las comunidades. Existirán otros factores, pero el único imprescindible para propiciar una rápida variación en los patrones gubernamentales será la carestía por las graves implicaciones hacia la salud y la vida que supone.
En 1789 la Revolución Francesa supuso el prototipo de la situación que comentaba; una crisis general de valores y principios, una economía en bancarrota que lastraba y arruinaba al pueblo y, sobre todo, unos campos sobreexplotados que no alcanzaban a satisfacer las necesidades alimentarias de la Francia de Luis XVI.
Curiosamente meses antes del violento estallido, Versalles se vio rodeado por ingentes masas de personas que imploraban a la reina "pan" para poder subsistir. La simpar Maria Antonieta de refinada estampa pero de cuestionable sesera, no tuvo a bien otro exabrupto mejor con que obsequiar a la concurrencia que el "Si no teneis pan, comed tortas".
Los días de tan descarada soberana acabarían con la testa de su alteza en un cestillo, tras comprobar la precisión del filo de la guillotina que realizaba su trabajo en menos que la reina pronunciaba el célebre "Oh la la".
En el transcurso de la "Gran guerra" se repitió un episodio similar que quedaría también grabado en la historiografía general.
En 1905 el zarismo que había gobernado todas las Rusias con mano de hierro desde los tiempos de Ivan el Terrible, veía peligrar su poder e influencia debido a la virulenta hambruna que atenazaba la supervivencia del campesinado. Al igual que ocurriera siglo y medio antes, el populacho demandaba al zar -considerado como el "gran padre"-, "paz y pan". Toda una declaración de intenciones en la que se abogaba por el fin de la guerra ruso-japonesa de infausto recuerdo para el Imperio Ruso, y por otro la reinversión de esos capitales en el campo para relanzar la economía y la productividad agrícola de la que dependían millones de familias.
Octubre de 1917 demostró que una vez más los intereses de la aristocracia no coincidían con los propios de las clases bajas. De nuevo la familia del zar pagaría con su vida su escasa sensibilidad para con sus propios súbditos.
En ambos casos reseñados que constituyen únicamente la punta de lanza de otros menos conocidos, vemos claramente como una sociedad se rebela ante la injusticia de unos gobernantes más preocupados en otros menesteres que en aquellos que afectan a la supervivencia de su propio pueblo.
En el mundo contemporáneo con la extensión de las primigenias ideas que nacieron en 1789, desarrolladas, corregidas y ampliadas en las centurias posteriores, los sistemas empezaron a preocuparse más por sus propios ciudadanos, estableciendo como máxima la necesidad de servir a sus compatriotas ante cualquier adversidad.
Esta declaración de intenciones universalmente reconocida y aprobada queda en entredicho en determinadas circunstancias, momentos o situaciones. Para muestra sólo tenemos que echar un vistazo al solar español.
Cuando en menos de un año hay un millón de personas que han perdido su empleo, existe una situación de recesión sin paliativos, un déficit estructural cercano al 3%, una caída del PIB sin precedentes, una quiebra técnica de los sectores industriales y de servicios, un aluvión de EREs como jamás ha experimentado la sociedad española, un elevado riesgo de sufrir deflación en tan sólo unos meses, una posibilidad cierta de ser expulsados de la zona euro por incumplimiento de los pactos de estabilidad y una situación de paro que ya se anuncia para un 17,9% en el presente ejercicio y se calcula de un 20,5% para el siguiente, los motivos para el optimismo son más bien inexistentes.
Hoy sin embargo para mí la noticia más preocupante y espeluznante la constituye el hecho, muy en línea con mi reseña inicial, que con los datos en la mano exista un millón de personas que necesita la ayuda de diversas ONG para comer.
Ciertamente este fin de semana me comentaba una buena amiga muy vinculada a temas solidarios, que en una de las últimas homilias en la iglesia de mi pueblo, el párroco había rogado, pedido, demandado, implorado hasta la extenuación a los feligreses que contribuyeran de alguna forma al banco de alimentos de la parroquia dado que Cáritas se encontraba completamente desbordada ante la avalancha de personas que dependían de su ayuda para subsistir.
Hoy este llamamiento encuentra soporte documental e informativo. La Federación Española de Bancos de Alimentos (Fesbal), que agrupa a 52 entidades repartió alimentos a 6.251 entidades sociales en 2007. Estos productos beneficiaron a más de 834.000 personas. La Fesbal asegura que actualmente la demanda ha superado las 8.700 ONG y que el número de personas necesitadas asciende ya a 1,1 millones.
Esta situación constituye únicamente la punta del iceberg de una realidad que pone encima de la mesa la existencia de 8,5 millones de españoles que malviven por debajo del umbral de la pobreza; esto es que sobreviven con ingresos inferiores al 50% de la renta media disponible. Entre las principales personas necesitadas se encuentran inmigrantes, mayores, parados, indigentes, personas drogodependientes, discapacitadas y niños y adolescentes.
Estos datos y estas cifras son sólo una muestra de la dramática situación que padecemos en España y de la que en ocasiones parecemos no ser conscientes, dado el empecinamiento del partido en el gobierno y los medios que le sirven de cla, en mitigar sus efectos e insistir en una opinión del primer año de legislatura tras la victoria socialista en 2008, de "razonablemente positivo".
Si echamos la vista atrás y analizamos los más importantes episodios que ha atravesado la humanidad nos damos cuenta de los muchos factores que intervienen, comunes y particulares, pero salta a la vista una circunstancia que se repite insistentemente y es la que determina y define el cambio. El hambre o la falta de pan es una de las razones que mueve montañas en las sociedades tanto modernas como antiguas, al constituir la necesidad básica para el sustento de las comunidades. Existirán otros factores, pero el único imprescindible para propiciar una rápida variación en los patrones gubernamentales será la carestía por las graves implicaciones hacia la salud y la vida que supone.
En 1789 la Revolución Francesa supuso el prototipo de la situación que comentaba; una crisis general de valores y principios, una economía en bancarrota que lastraba y arruinaba al pueblo y, sobre todo, unos campos sobreexplotados que no alcanzaban a satisfacer las necesidades alimentarias de la Francia de Luis XVI.
Curiosamente meses antes del violento estallido, Versalles se vio rodeado por ingentes masas de personas que imploraban a la reina "pan" para poder subsistir. La simpar Maria Antonieta de refinada estampa pero de cuestionable sesera, no tuvo a bien otro exabrupto mejor con que obsequiar a la concurrencia que el "Si no teneis pan, comed tortas".
Los días de tan descarada soberana acabarían con la testa de su alteza en un cestillo, tras comprobar la precisión del filo de la guillotina que realizaba su trabajo en menos que la reina pronunciaba el célebre "Oh la la".
En el transcurso de la "Gran guerra" se repitió un episodio similar que quedaría también grabado en la historiografía general.
En 1905 el zarismo que había gobernado todas las Rusias con mano de hierro desde los tiempos de Ivan el Terrible, veía peligrar su poder e influencia debido a la virulenta hambruna que atenazaba la supervivencia del campesinado. Al igual que ocurriera siglo y medio antes, el populacho demandaba al zar -considerado como el "gran padre"-, "paz y pan". Toda una declaración de intenciones en la que se abogaba por el fin de la guerra ruso-japonesa de infausto recuerdo para el Imperio Ruso, y por otro la reinversión de esos capitales en el campo para relanzar la economía y la productividad agrícola de la que dependían millones de familias.
Octubre de 1917 demostró que una vez más los intereses de la aristocracia no coincidían con los propios de las clases bajas. De nuevo la familia del zar pagaría con su vida su escasa sensibilidad para con sus propios súbditos.
En ambos casos reseñados que constituyen únicamente la punta de lanza de otros menos conocidos, vemos claramente como una sociedad se rebela ante la injusticia de unos gobernantes más preocupados en otros menesteres que en aquellos que afectan a la supervivencia de su propio pueblo.
En el mundo contemporáneo con la extensión de las primigenias ideas que nacieron en 1789, desarrolladas, corregidas y ampliadas en las centurias posteriores, los sistemas empezaron a preocuparse más por sus propios ciudadanos, estableciendo como máxima la necesidad de servir a sus compatriotas ante cualquier adversidad.
Esta declaración de intenciones universalmente reconocida y aprobada queda en entredicho en determinadas circunstancias, momentos o situaciones. Para muestra sólo tenemos que echar un vistazo al solar español.
Cuando en menos de un año hay un millón de personas que han perdido su empleo, existe una situación de recesión sin paliativos, un déficit estructural cercano al 3%, una caída del PIB sin precedentes, una quiebra técnica de los sectores industriales y de servicios, un aluvión de EREs como jamás ha experimentado la sociedad española, un elevado riesgo de sufrir deflación en tan sólo unos meses, una posibilidad cierta de ser expulsados de la zona euro por incumplimiento de los pactos de estabilidad y una situación de paro que ya se anuncia para un 17,9% en el presente ejercicio y se calcula de un 20,5% para el siguiente, los motivos para el optimismo son más bien inexistentes.
Hoy sin embargo para mí la noticia más preocupante y espeluznante la constituye el hecho, muy en línea con mi reseña inicial, que con los datos en la mano exista un millón de personas que necesita la ayuda de diversas ONG para comer.
Ciertamente este fin de semana me comentaba una buena amiga muy vinculada a temas solidarios, que en una de las últimas homilias en la iglesia de mi pueblo, el párroco había rogado, pedido, demandado, implorado hasta la extenuación a los feligreses que contribuyeran de alguna forma al banco de alimentos de la parroquia dado que Cáritas se encontraba completamente desbordada ante la avalancha de personas que dependían de su ayuda para subsistir.
Hoy este llamamiento encuentra soporte documental e informativo. La Federación Española de Bancos de Alimentos (Fesbal), que agrupa a 52 entidades repartió alimentos a 6.251 entidades sociales en 2007. Estos productos beneficiaron a más de 834.000 personas. La Fesbal asegura que actualmente la demanda ha superado las 8.700 ONG y que el número de personas necesitadas asciende ya a 1,1 millones.
Esta situación constituye únicamente la punta del iceberg de una realidad que pone encima de la mesa la existencia de 8,5 millones de españoles que malviven por debajo del umbral de la pobreza; esto es que sobreviven con ingresos inferiores al 50% de la renta media disponible. Entre las principales personas necesitadas se encuentran inmigrantes, mayores, parados, indigentes, personas drogodependientes, discapacitadas y niños y adolescentes.
Estos datos y estas cifras son sólo una muestra de la dramática situación que padecemos en España y de la que en ocasiones parecemos no ser conscientes, dado el empecinamiento del partido en el gobierno y los medios que le sirven de cla, en mitigar sus efectos e insistir en una opinión del primer año de legislatura tras la victoria socialista en 2008, de "razonablemente positivo".