jueves, 4 de septiembre de 2008

La teoría del eterno retorno...

Como reza el título de este artículo, hoy me he decidido a volver a reencontrarme con este blog que inauguré hace más de un año y que por diversas causas ha estado inactivo durante los últimos meses. Y es que ya lo decía Nietzsche cuando exponía en su obra "Así habló Zaratustra" los principios de la teoría que denominaría del eterno retorno, considerada hoy día únicamente desde el punto de vista cronológico, en el sentido de la vuelta de las cosas en la vida y de repetición de lo sucedido.
No obstante, la génesis de dicho pensamiento encierra algo que es vital para la supervivencia del ser humano: la superación de los miedos. Esto viene a decirnos que un horizonte de infinitos retornos no nos intimide y podamos ser capaces de eligir, de forma que si tuviéramos que volver a vivir toda nuestra vida de nuevo nos fuera posible hacerlo sin temor. Nietzsche, por tanto, nos enseña sólo una cosa: El hombre logrará transformarse en el "Superhombre" cuando logre vivir sin temores.

El miedo en ocaciones es consecuencia directa de nuestra imaginación, pensamientos y razonamientos que poco o nada tienen que ver con la realidad; fruto en suma, de la denominada sugestión.

El temor es sin lugar a dudas, la sensación, sentimiento o experiencia humana que de manera más virulenta ha subyugado bajo su falsa apariencia a nuestra especie desde que la memoria colectiva se pierde en los annales del tiempo.

Desde que el primer homínido tembló de pavor al comprobar la fuerza destructiva del fuego derivado del impacto de un rayo sobre la tierra, nuestros congéneres de esa y otras épocas han experimentado todo un cúmulo de sensaciones desagradables relacionadas con el miedo.
La naturaleza nos dotó de una inteligencia superior al resto de animales que en unas ocasiones se empleó para lo que podríamos denominar "el bien", y en otras tantas situaciones históricas -las más-, se empleó para "el mal". De ahí las consabidas consecuencias derivadas del miedo fueron utilizadas por las élites de las diferentes sociedades para controlar e impartir doctrina entre sus correligionarios, con la seguridad que nadie osaría contradecir sus designios, habida cuenta de la horrenda condena, que en virtud de ese pánico anidaba en el imaginario colectivo, aderezado además por la superstición y la leyenda.

Pero no nos engañemos, pues ese temor impuesto no era otra cosa que el espejo mismo donde aquellos dirigentes contemplaban sus propias miserias, y por ello completaban el círculo mediante el que paliar sus miedos a perder los lujos, placeres, privilegios... El poder, en definitiva.

Cada temor nace de otro episodio de pánico todavía más acusado. La historiografía de mediados del siglo XVII se encargó de catalogar a la Edad Media como la etapa de mayor oscuridad conocida en la historia hasta aquel momento. El control omnímodo que la Iglesia y los pequeños estados ejercían sobre una sociedad analfabeta e ignorante la convertía en el perfecto caldo de cultivo para ser pasto de los más variados temores. Hoy día sabemos que ese calificativo no hace honor a la verdad de los siglos que genéricamente se engloban desde la caída del Imperio romano occidental en el año 476 d. C. hasta la entrada del Islam en Constantinopla en el año 1453, por la sencilla razón que quienes en el siglo XVII acuñaron tan peyorativamente al medievo lo hacían movidos por razónes idénticas a quienes condenaron al ostracismo a la Edad clásica grecorromana en la época medieva: el miedo, una vez más.

Temor derivado de un cambio en los esquemas sociales, políticos o culturales que rompen con la etapa precedente, y que por tanto deben desaparecer para evitar cualquier conato de retorno a una edad olvidada que en teoría era menos desarrollada y floreciente que la siguiente. Sucedió con Grecia y Roma, con los reinos medievales, el renacimiento, la edad moderna, revoluciones contemporáneas del siglo XIX, grandes guerras del siglo XX y todavía hoy sigue sucediendo en un proceso lento, continuo y constante que debe su supervivencia a una primacia que necesariamente debe convertirse en hegemónica.

Dicho ciclo se repite volviendo una vez más a la teoría de Nietzsche, quién fue utilizado por el III Reich como uno de los grandes ideólogos del régimen nazi; consiguiendo mediante la distorsión de sus reflexiones y teorías legitimar una forma de gobierno, una expansión, sumisión, aniquilación y genocidido colectivo a los que necesariamente debían dar carta de naturaleza que les permitiera esconder sus verdaderos complejos y temores con respecto a todo aquel considerado como diferente. El miedo una vez más convirtió a un hombre y, por extensión a la Alemania nazi, en uno de los grandes monstruos que jamás haya conocido la historia.

Afortunadamente todavía existen remedios eficaces para combatir esos temores que atenazan las almas humanas, merced a los cuales todavía podemos seguir escribiendo las vivencias de los hombres.
La lectura, la instrucción y la educación resultan ser los tres principios fundamentales para mitigar el efecto de pánico en las sociedades que, en función del individuo, nos ayudan a mantener una actitud crítica, seria y razonada sobre las más variopintas cuestiones de nuestros quehaceres cotidianos. Las formas de chantaje emocional y de amedrentamiento al ser humano quedan para otras épocas menos propicias para la razón y el pensamiento.
Y hoy es preciso aplicar esa teoría del eterno retorno para recuperar muchos de los valores y principios que creemos olvidados, pero que permanecen como lo han hecho siempre, aguardando que nuestras conciencias demanden su vuelta a nuestra cotidianidad.





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