Todavía resuenan en mis oídos las palabras que pronunciara hace dos semanas el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el debate sobre la crisis en el Congreso de los Diputados. "España está hoy mejor que hace seis meses".
Definitivamente ZP debe ser de esas personas que se miran al espejo y se idolatran a sí mismos; narcisismo en estado puro y hasta la extenuación. De lo contrario, empezaría a pensar que nuestro mandatario gubernamental padece un síndrome agudo de trastorno de la personalidad que roza la bipolaridad. Porque el hecho de utilizar la tribuna de oradores de la madrileña Carrera de San Jerónimo para soltar semejante memez, estupidez, tontería o como se diría vulgarmente, gilipollez, constituye además de una soberana falacia, un atentado en toda regla a la inteligencia de los españoles; incluso para aquellos que depositaron en la urna la papeleta socialista en el año 2008.
Zapatero demuestra con sus palabras su manifiesta incapacidad e ineficiencia galopante -porque va a más-, en la gestión de una crisis que primero negó, después ocultó tras el eufemismo de "desaceleración", para finalmente verse obligado a reconocerla, jubilando al ministro de economía que en teoría era el encargado de reflotar a la nación; paradójicamente el mismo que dejó al país en 1996 con una tasa de desempleo del 22%, aunque en aquella ocasión quién le jubiló fue el acertado criterio de los españoles. Ahora no tuvimos tanta suerte y el recambio del cambio fue peor que la moneda de vellón. Pero sin lugar a dudas, aquello que inquieta y hace estremecerse al conjunto de la sociedad española es la escasa sensibilidad que demuestran las palabras del presidente para con los ciudadanos, que en suma constituyen las verdaderas víctimas de su gestión.
Y es que en un país donde la tasa de paro se acerca al 20%, con millón y medio de familias con todos sus miembros desempleados y cerca de dos millones de personas que tienen complicada la inserción laboral, existen pocos motivos para el optimismo. Los jóvenes que fueron buque insignia de la estrategia electoral de los socialistas, a quién Zapatero prometió que no defraudaría durante su mandato, atesoran el triste récord de desempleo de toda la Unión Europea dejando atrás incluso a países ex-soviéticos como Polonia o Hungría que tenían una elevada tasa de parados juvenil. Casi el 45% del total de las personas que engrosan las colas del INEM está formada por una horquilla de edad que va desde los 20 hasta los 35 años. Una verdadera tragedia nacional.
Hoy sin embargo, me he detenido en una noticia que no por ser ya tristemente cotidiana minimiza el impacto que me produce al leerla. Y es que la situación está adquiriendo un grado de drama al que poco a poco parece que la sociedad se acostumbra y va haciéndose inmune al goteo constante de cifras, datos y estimaciones, pero dejan a entrever la crisis en toda su crudeza.
Hace casi un año comenté en otro artículo la dificil situación por la que atravesaba Cáritas Diocesana de Valencia al hallarse totalmente desbordada en el reparto de alimentos y el apoyo a familias sin recursos. Hoy la Casa de la Caridad de la capital del Turia confirma los peores pronósticos y nos deja atónitos con unas cifras que igualan a las que se vivieron en la España de la posguerra. El propio presidente de la institución calificaba la situación como de "emergencia nacional" y avisaba que a lo largo de 2010 y 2011 la cosa irá a peor.
En cuanto a las cifras la mayoría de las personas atendidas el año pasado fueron inmigrantes en situación regular (23%) y casi todos jóvenes; y familias con hijos (8.000 atenciones). Mientras, la cifra de españoles se incrementó un 95,6% hasta alcanzar los 35.221 personas.
Según datos de la Consellería de Solidaridad y Ciudadanía de la Comunidad Valenciana, el 20% de la población se encuentra en situación de precariedad social (13,9%), pobreza moderada (3,6%) o pobreza severa (2,5%).
Y frente a ello, ZP vive de espaldas a la realidad, con su privilegiada sesera oculta bajo tierra ajeno al transcurrir del tiempo y la agudización de un problema que lejos de presentar signos de recuperación, azota con una virulencia cada vez más dramática el presente y el futuro de millones de personas.
Hoy no estamos peor que hace seis meses; afortunadamente falta un semestre menos para que Rodríguez Zapatero deje de ser presidente del gobierno.
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