Varias catástrofes de diversa índole han golpeado el corazón de aquel país en apenas unos días con un balance estremecedor: 170 muertos. Ello motivó que ayer mismo el presidente del país Vladimir Putin, decretara la jornada de hoy como día de luto nacional.
Lo verdaderamente dramático es la relativa frecuencia con que ocurren estos episodios catastróficos en el país de mayor extensión del planeta. Nos hemos cansado de ver por televisión la situación de las infraestructuras del país, que adolecen de un arcaísmo, atraso y desfase temporal impropios de una nación que se define como desarrollada, inscrita en el primer mundo y miembro de pleno derecho del elitista G-8, esto es las naciones más ricas y prósperas del mundo. Así resulta como mínimo esperpéntico que la enorme riqueza que posee el país no se destine a la mejora de bienes, modernización de equipos e instalaciones que garanticen las mínimas normas de seguridad, así como los derechos básicos que vienen recogidos en las cartas magnas de los estados del occidente europeo a los que Rusia quiere asemejarse.
El país debería empezar a despertar del letargo en el que lleva sumido más de un siglo, en el que los desastres que periódicamente la acompañan no son más que el reflejo de su propia historia, un convulso periplo temporal que le ha impedido subirse al carro del desarrollo, y cuando parecía que lo había hecho se puso de manifiesto que ello obedecía a un mero espejismo, responsable en parte de las condiciones tercermundistas en las que hoy día se halla sumida.
Las jornadas de luto nacional para situaciones que se podían haber evitado son para mí meras estrategias de cara a la galería, que pretenden lavar las conciencias de los "(ir)responsables" que haciendo dejación de funciones contribuyeron a su materialización.
Hoy Rusia llora a sus muertos. Mañana los habrá olvidado, y el tercer día todo seguirá igual.
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